4.- El loco del mercado
14 de Mayo / Viernes.-
El viernes se publicó en el periódico, en primera plana, la noticia del intento de homicidio de Emilio Watson. Por supuesto, no se decía ni una palabra de la desaparición del alcalde ni de la completa destrucción del Atalaya Queen. La secretaria de Watson había tomado las riendas del periódico y los insultos al comisario eran todavía peores que antes.
-Esto es increíble -decía el comisario Gómez mientras leía un ejemplar-. Imposible contarlo todo de forma más retorcida.
Se encontraban los dos investigadores sentados en el comedor del hostal, tomando el desayuno. El ex comisario, mientras fumaba, no dejaba de darle vueltas a su corta entrevista con Marta Smith. ¿Sería cierto que Luis Álvarez que se había presentado como el nuevo mayordomo de Saavedra era un impostor? ¿O le habían secuestrado también y la impostora era Martha Smith?
-Y para colmo hoy toca mercado –se lamentó Gómez-.
-¿Eh? –inquirió el ex comisario.
-Organizamos mercado los viernes y los domingos. ¿No te lo conté? Se venden animales, productos, bebidas… y a nosotros, los policías, nos toca hacer ronda especial. A veces se presenta algún que otro problema de orden público…
-Me gustaría ir –dijo Longman mientras agitaba el cigarrillo encima del cenicero para que cayese la ceniza-.
-Vente. El mercado siempre trae un poco de alegría al ambiente del pueblo.
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El mercado de Atalaya Village se celebraba en la falda de la colina, bajo la sombra de la Atalaya. Era una fiesta multicolor. Los toldos de los tenderetes se extendían por doquier. La gente, arreglada también para la ocasión, anunciaba en voz alta la venta sus productos, queso, leche, gallinas, frutas y verduras, ropa, cerámicas… Junto al mercado había un edificio de un solo piso, con tejado verde y en él una minúscula cúpula y unas banderas. El ayuntamiento era más pequeño que la casa del alcalde…
El ex comisario Longman y el comisario Gómez estaban allí a eso de las doce y media. Al poco de llegar se les acercaron varios vendedores.
-Oigan, señores, vean estos huevos. Son fresquísimos.
-Miren, miren estas bufandas. Son excepcionales.
-Eh, cómprenme estas verduras que…
-No llevamos dinero –les contestaba el comisario-.
Y la gente se iba alejando, resignada.
-¡Eh! –se oyó de nuevo-.
-¡No quiero comprar nada! -repitió el comisario-.
-No, si sólo quería saludar…
Era Martha Smith. Se había cambiado de vestido y peinado con un moño. Llevaba una cesta abarrotada de cosas.
-Buenos días, señora Smith -dijo el comisario-.
-Buenos días, señor comisario. Hoy hace un día perfecto, ¿verdad? ¡Hola, señor Longman!
La señora Smith se dirigió entonces a un puesto de verduras.
-¿La conoces? –preguntó Longman-.
-¿Quién no? Es una de las habitantes más viejas del pueblo, lleva toda su vida trabajando con la familia Saavedra.
-Eh, señores… ¿un reloj?
Se había acercado ahora un tipo rechoncho, de pelo grasiento y con una chaqueta llena de porquería. Sacó una mano sucia de ella para enseñar un buen puñado de relojes de pulsera.
-A mitad de precio.
-Ajá -dijo el ex comisario-.
Al ver que le habían reconocido, el individuo palideció y, de repente, echó a correr.
-¡Vuelve aquí! –gritó el comisario mientras salía en su persecución-.
Se perdieron entre la gente.
Longman decidió seguir por su cuenta. Se acercó a un puesto de adornos y artículos de belleza. La dependienta, una mujer gruesa vestida de rosa, con el pelo corto, se dirigió a él.
-¿El señor desea…?
-Información. ¿Conoce usted a un tal Luis Álvarez?
-No señor. No conozco a nadie que se llame así.
-¿Qué opina usted de Teresa Pérez?
-Ah, es una mujer encantadora. Dentro de nada será elegida alcaldesa y entonces cambiarán muchas cosas en el pueblo.
-Mmmm…
-¿Quién es usted? ¿Un periodista? Pues dígale a su director de mi parte que se recupere pronto porque…
-Ya estoy aquí -el comisario Gómez salió de entre la multitud-.
-Gracias por contestar a las preguntas -le dijo el ex comisario Longman a la dependienta-.
-Corría demasiado, se me ha escapado -dijo el comisario-.
Parecía realmente cansado, sudaba y tenía el pelo revuelto.
-¿Quién era ese hombre? –preguntó Longman-.
-Julio Carralero, el más diestro timador que jamás hayas visto. Se me ha escabullido sin que pudiera evitarlo por el gentío. Buf, qué carrerón, tengo una sed… ¡Ah! Mira, aprovecharé para enseñarte el nuevo puesto de zumos ¡El primero que se monta en el pueblo en casi cincuenta años!
El comisario señaló un tenderete de color rosa y naranja, con una pequeña carpa detrás, colocado a un lado del ayuntamiento. Encima del mostrador había muchas jarras de distintos colores. Mucha gente estaba tomando una consumición. Atendiendo a los clientes se veía a alguien de cara conocida…
-Hola, señor Longman -dijo Jaime Solís mientras servía zumo a un grupo de niños jadeantes-. Hola, señor comisario. ¿Quieren? Fresa, naranja, manzana…
-Para mí de naranja -dijo el ex comisario-.
-Para mí de fresa, gracias –añadió Gómez-.
Tras prepararles una generosa ración de zumo, Jaime Solís comunicó:
-Son dos euros con cincuenta.
-¡Vaya!, tengo casi el dinero exacto -dijo el comisario después de rebuscar en su bolsillo-. Tome.
Jaime Solís cogió el dinero y se internó en la carpa. El ex comisario bebió un sorbo minúsculo para probarlo. Realmente estaba delicioso. Decidió tomárselo todo de un trago.
El grupito de jóvenes salió corriendo y uno de ellos, sin darse cuenta, tiró al suelo el vaso del ex comisario. El zumo se extendió por el suelo.
-Mmmm. Pues no me queda más dinero -dijo el comisario cuando ya se había bebido su vaso-. Bueno, el domingo te tomas otro, ¿vale?
-Eh, señor comisario -se oyó una voz-.
Era Sebastián, el alguacil. Venía jadeando y llevaba la corbata en la mano.
-Señor comisario, necesito que venga, hemos encontrado algo...
-Voy, voy, Sebastián. ¡Ahora vuelvo, Henry!
Se alejó por entre los puestos, siguiendo a Sebastián de cerca.
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El ex comisario continuó hablando con distintas personas. Algunas decían que Ernesto Saavedra debería dimitir porque “había actuado como si el pueblo fuese un muñeco de trapo”. Alguno sin embargo pensaba que lo que decían en Atalaya News “eran sólo mentiras preparadas para desacreditar al alcalde”. No ocurrió nada emocionante hasta que regresó el comisario Gómez. Estaba con mal color y aspecto cansado.
-Henry, será mejor que vengas, ha ocurrido algo…
Longman siguió al comisario hasta un grupo de gente que se aglomeraba alrededor de algo. Se hizo un hueco y miró. Allí en el suelo no había algo sino alguien. Era el alcalde de Atalaya Village, Ernesto Saavedra. Tenía los ojos abiertos pero la mirada desenfocada y la lengua estaba fuera de la boca; un hilo de baba le salía de la boca. Tenía varios cortes poco profundos en la cara y la chaqueta muy sucia con barro. Respiraba agitadamente.
-¿Qué le pasa? –preguntó alarmado Longman-.
-Lo han encontrado aquí en el suelo, detrás de un puesto de pescados. Murmuraba y decía cosas ininteligibles. No hemos conseguido hacerle despertar…
En el círculo de aparentes curiosos destacaba una anciana que lloraba de rodillas junto al alcalde. A su lado, tirada, estaba una cesta llena de productos del mercado.
Como ella también había alguien más conmocionado que los demás, un hombre, sentado en una tosca silla de madera. Tenía facciones duras, pelo grisáceo y cejas pobladas. Unas gotas de sudor perlaban su cara y tenía un gesto duro fuera de lo normal. Iba vestido con camisa remangada, pantalones aceitosos y un delantal del mismo color que el barro del suelo. Era, indudablemente, el pescadero. Longman se le acercó y le tocó el hombro.
-Eh…buenos días -contestó el hombre-.
-Es usted el pescadero de la tienda, ¿verdad? ¿encontró Ud. al Sr. Saavedra? –preguntó el ex comisario-.
-Sí, ¿es usted…?
-Sí. Le agradecería que me contestase un par de preguntas. ¿Su nombre?
-Marcos Ramírez.
-¿A qué hora encontró al alcalde?
-Hace unos momentos –dijo al tiempo que miraba su reloj-. Hace unos cinco minutos –precisó-.
-¿Qué le robaron a usted la noche nefasta?
-¿Perdone? –preguntó confundido el pescadero-.
-¿Que qué le robaron el lunes, la noche de los robos?
-¿A…a mí? A mí nada, señor. No me robaron nada.
-Mmmm… ¿Qué opina de Teresa Pérez?
-¿La…la señorita Pérez? -tartamudeó-. No quisiera ser grosero pero esa mujer es la que está volviendo loca a la gente del pueblo, señor. Opino mal de…de ella, resumiendo.
-Mmmm…
Capítulo 5.- La nueva alcaldesa (Primera parte)
Estaré fuera hasta primeros de Julio. Os deseo unos días de relax y felicidad. Mientras podéis ir poniendo en práctica algunos de estos consejos:-)
ResponderEliminarCuando vuelva os visitaré con cariño.
Un cálido abrazo
Muy bien, me encanta cómo crea los escenarios. Ese mercado en la falda de la colina ha estado magistral. Sus descripciones tienen fuerza de imagen. Seguiremos pendientes.
ResponderEliminarY usted disfrute de sus vacaciones, madame.
Bisous
No quiero repetirme, pero el chaval sabe mantener la atención del lector.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que tengas buen fin de semana.
ResponderEliminarte deseo un buen descanso y espero volver a leer tus lindas palabras.
ResponderEliminarun saludo
Boa tarde,
ResponderEliminarO texto é cativante, os detalhes é interessante.
Dia Feliz
AG
http://momentosagomes-ag.blogspot.pt/
hola!!
ResponderEliminarvaya... creo que me he perdido... debo empezar de post más atras jeje pero no quise quedarme sin escribirte, espero que estes muy bien, me dio mucho gusto regresar a tu casita, te dejo un fuerte abrazo
Queridos amigos todos, amigas, lectores, visitantes…
ResponderEliminarMuchísimas gracias a los que habéis comentado. Os lo agradezco inmensamente.
Tengo muy difícil mi vuelta durante un tiempo como me gustaría y pasar por todos los blogs amigos que sigo con regularidad. Haré lo que pueda si tengo ratos perdidos que cada vez son menos.
Mi madre requiere en estos momentos nuestro tiempo y lo primero es lo primero. Ya vendrán tiempos mejores.
Os deseo un feliz verano.
Este blog lo iré actualizando porque el relato ya está en copiado. Gracias