CAPÍTULO 5, UN SEGUNDO CADÁVER
Aquel anuncio extraño nos dejó paralizados. El inspector Stevenson sacó una pistola de su bolsillo y se acercó a la puerta del baño. Riccardi se aproximó también y pidió al inspector Miller que le ayudase a llevar al herido míster Wendover a una habitación. El inspector Stevenson y yo entramos en el cuarto de baño.
Vimos que casi todo parecía normal... excepto por el hecho de que el suelo estaba lleno de sangre. La cortina de la bañera estaba corrida y manchada también de sangre por la parte de abajo. El inspector Stevenson la descorrió. Tumbado en el fondo, bocabajo, con un agujero en la nuca y un revólver en la mano, estaba el cadáver del mayordomo de los Blackhouse.
-¡Corre!, ¡llama a los agentes!, ¡rápido! ¡Hay que hacer la autopsia! ¡Se ha suicidado! - gritó el inspector.-
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- Sí, muerto, un disparo en la nuca - sentenció el doctor -. ¿Han examinado el revólver?
- Ajá. Tiene sus huellas dactilares. Tiene que haber sido un suicidio.
- Qué extraño, ¿no?, que alguien se suicide disparándose en la nuca...
- Pero, ¿y el móvil del suicidio?
- Está claro, hombre. El mayordomo asesinó al duque y ahora se ha suicidado por los remordimientos - dijo el inspector Miller -.
- Pero entonces míster Haggard es inocente.
- Sí. Pero, ¿qué hacía el puñal del crimen en su maleta?
- Oye, oye – intervine - ¿Quién ha dicho que ese sea el puñal utilizado en el asesinato? No tenía rasguños, ni manchas de sangre.
- Pero entonces, alguien trató de culpar a míster Haggard...
- ¡Claro! Igual que los pañuelos; el asesino podía haberlos colocado junto con el paquete de cigarrillos para culpar a sus dueños.
- Además, las dos heridas que tenía el cadáver del duque fueron producidas por una daga recta, no por una daga curva - observó el doctor -.
- Llamad a míster Wendover - dijo el inspector - para que nos explique lo que ocurrió en el baño hace un momento.
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Al rato entró míster Wendover. Tenía la pierna herida vendada y se ayudaba con un paraguas a modo de bastón. Se sentó en un sofá al lado del piano.
- Bueno, míster Wendover. Espero que no le moleste este pequeño interrogatorio... - indagó el inspector Miller -.
- En absoluto... ¡ay! Pregunte lo que quiera – contestó -.
- ¿Qué ha ocurrido hoy exactamente?
- Yo estaba hablando con Monsieur Houvert en la primera planta. En ese momento apareció el mayordomo y me pidió que me acercase porque necesitaba decirme algo. Me llevó hasta el baño y, cuando le pregunté por qué me había llevado allí, sacó un revólver y me apuntó. Me disparó con intención de matarme, pero se le desvió el tiro y me dio en la pierna. Yo grité y acto seguido se apuntó a la nuca y... apretó el gatillo. Calló dentro de la bañera, mientras que el suelo del baño se llenaba de... ¡uf!, ¡ha sido horrible!
- Creo que con eso es suficiente. Míster Wendover, puede irse ya. Sargento, ordene que se lleven el cadáver del mayordomo.
- ¿Tenía familia? – preguntó el inspector Stevenson -.
- No, señor. Llevaba veinte años al servicio del duque a tiempo completo - contestó el sargento Burke -.
- Demasiados veintes hay en esta historia... - dije -.
- De acuerdo. Llévenselo de todas formas. En cuanto a lo demás, caso cerrado. El mayordomo bajó al estudio del duque en el momento en el que el agente Giraldo bajó a beber agua, armó estrépito para atraer su atención hasta el estudio, le apuñaló, se deshizo del arma, volvió a su habitación y hace veinte minutos se suicidó, aunque realmente no sabemos el motivo. Además, dejó el puñal en la maleta de míster Haggard y el paquete de cigarrillos y los pañuelos en el estudio.
- Pero hay algo que no encaja, me falta alguna pieza, una sola quizás... – pensé - ¿Me deja examinar el revólver inspector?
- No tengas cuidado. No hay huellas por encontrar – dijo despectivamente -.
- Este es el revólver del suicidio, tiene las huellas dactilares del mayordomo. Es un revólver de mediano tamaño, tiene seis balas y el mayordomo utilizó dos, por lo que ahora quedarán cuatro, ¿no? Voy a hacer una prueba. Apretaré el gatillo seis veces.
Me acerqué a la ventana y apunté al cielo. Disparé.
PAM, PAM, PAM, PAM, PAM, CLICK.
Excepto yo, todos los presentes abrieron la boca, pasmados.
- ¡¿Qué?! - gritaron el inspector Stevenson, el inspector Miller, el signore Riccardi, el sargento Burke, el agente Giraldo y el médico forense.
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- En efecto, imposible que sea el revólver del suicidio, a no ser que le hayan añadido una bala - determinó Riccardi -.
- Pero estaba en la mano del cadáver y, por supuesto, tiene sus huellas dactilares. ¿Cómo es posible?
- ¡Ya sé! El mayordomo disparó a míster Wendover y, cuando él cayó al suelo, colocó un cartucho y se disparó a la nuca – contestó -.
- Eso podría ser - dijo el inspector Stevenson -. Sí, muy buena explicación.
- Caso cerrado. Volvamos a España.
- Alto ahí, alto ahí. Yo no estoy convencido con ese análisis. Hay dos preguntas que aún no se han respondido y esas preguntas son: ¿qué era aquel ruido como de una piedra golpeando el suelo que oyó el agente Giraldo? y ¿cómo podía el mayordomo tener un revólver? – pregunté -.
- Mira, no interfieras más, ¿vale?
- Inspector, le pido un solo día más para resolver el caso. Veinticuatro horas. Si mañana a las doce cuarenta y cinco de la tarde no lo he resuelto, nos volvemos a Madrid, ¿de acuerdo?
- Mpf. De acuerdo. Le pediré a Mrs Blackhouse que nos deje unas habitaciones.
Cuando el inspector se fue, volví a coger el revólver y le pasé un dedo por encima. Noté algo raro, pegajoso.
- ¿Pegamento en el revólver? – pensé -.
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Pasado un momento, el doctor que había examinado el cadáver, se acercó.
- Don Enrique, he oído hablar de usted. Quería hacerle saber una cosa...
- Deje que le pregunte. Aunque durante el examen del cadáver usted no se manchó la chaqueta, esa que lleva puesta es otra ¿no?
- Sí pero, ¿cómo ha podido saberlo?
- Muy fácil. Esta que lleva ahora es otra chaqueta porque probablemente está descosido el interior del bolsillo. Veo un par de hilos asomando. Elemental.
- Usted se fija en todo. ¡Es usted un genio! Quería explicarle que, cuando se encontró el cadáver del duque, le faltaba un botón en el pijama. Un botón de madera marrón con el borde dorado, y también un pedazo de tela azul. Espero que esto le sirva de ayuda. A mí me pareció muy extraño...
- Gracias. Seguro que me ayudará.
El doctor se fue y yo me acerqué al italiano.
- Riccardi, venga conmigo a hacer los interrogatorios. Tenemos que comenzar ya.
- Pero mi solución es que el mayordomo es el culpable. Yo creo que ya está todo resuelto.
- ¿Vas a ayudarme o no?
- De acueeerdo. ¿Con quién empezamos?
- Con cualquiera. Míster Haggard, por ejemplo.
CAPÍTULO 6, LOS DOS PRIMEROS ABOGADOS
Subimos al segundo piso y llegamos a la habitación del americano. Llamamos a la puerta y vino a abrirnos al momento. La habitación de aquel invitado estaba pulcramente recogida: la cama hecha, la alfombra perfectamente estirada... y en el medio una maleta, a medio hacer.
- ¿Qué ocurre? – pregunté -.
- Me marcho - dijo sin más míster Haggard -. Primero asesinan al duque, más tarde alguien coloca el arma del crimen en mi maleta y por último me acusan a mí de asesinato. Se acabó.
- ¡Pero si aún no se ha acabado la investigación! ¡Usted no puedes irse todavía!
- ¿Pero no decían que sí había terminado? ¿No era el asesino el difunto mayordomo?
Míster Haggard se había puesto rojo. Le entró un tic en el ojo izquierdo.
- Esa es la resolución del inspector Miller. Por favor, ¿podría contestar algunas preguntas?
- Mpf.
- ¿Eso es un “sí” o un “no”?
Por la mirada que me echó pensé que debía ser un “no”, pero aun así empecé a preguntar.
- ¿A qué hora llegó usted a la mansión aquella noche?
- A las ocho de la noche.
- Llegó usted bastante pronto. ¿Qué invitados se encontraban ya en la mansión y en qué lugar estaban?
- Invitados solo había tres: el primo abogado del duque, que estaba en la cocina hablando con Mrs Blackhouse, una de las hermanas del duque que se encontraba en el salón, y un señor vestido de negro que, fumando, rondaba por las habitaciones del segundo piso.
- ¿Un señor vestido de negro? ¿Pudo ver de quién se trataba?
- Qué va. En cuanto me vio salió corriendo como alma que lleva el diablo. Le seguí, pero torció una esquina y cuando giré, había desaparecido. Por cierto, creo que iba cojeando.
- ¿Sabía usted que el duque vendría a las doce y media de la noche?
- No tenía ni idea – aseguró -. Al llegar pensaba que ya estaba en la casa.
- ¿Cuánto tiempo hacía que conocía usted al duque?
- Desde hacía unos quince años.
- ¿Alrededor de qué hora subió usted a su habitación, se metió en la cama, etc.?
- Después de la cena me quedé un rato abajo charlando con míster Houvert y con los otros abogados y alrededor de las once subí a mi habitación. Me puse un pijama y estuve leyendo unas revistas hasta las once y media. A esa hora apagué la luz.
- ¿Se levantó usted por la noche?
- ¡Oiga! ¿A dónde quiere llegar? ¡Yo no maté a míster Blackhouse! ¡Si incluso era cliente mío! ¿En qué me iba a beneficiar? - gritó, fuera de sus casillas -.
- ¡Soy yo el que pregunta! ¡Déjeme continuar! – respondí -. ¿Vio u oyó algo sospechoso?
- Qué va. Me dormí enseguida.
- Cuéntenos lo que hizo al día siguiente desde que se levantó hasta que se descubrió el cadáver.
- Nada especial. Me desperté a las nueve, una de las doncellas me trajo el desayuno, me vestí y a las nueve y media estaba en el salón.
- ¿Desde cuándo conoce a los otros abogados?
- A Wendover, el del disparo en la pierna, lo conocí aquí en la mansión la noche de la invitación. Al primo del duque le conocí hace unos dos años, y por último, a míster Ray, también hace dos años.
- Roy - le corregí -. ¿Tiene usted el testamento de míster Blackhouse?
- Qué va. Y tampoco sé cuál de los otros abogados lo tiene –contestó -.
- Usted junto con el policía encontró el cadáver ¿no?
- Eh... sí, claro.
- Tiene usted una herida en la mano, ¿qué le ha pasado? Antes no la tenía...
En efecto, tenía un gran corte en la mano, y parecía se lo hubiera hecho hacía poco tiempo, puesto que aún sangraba un poco por la herida sin cerrar.
Al hacerle la pregunta, míster Haggard palideció y escondió la mano tras su espalda.
- Mpf. Debo de haberme cortado con una hoja de papel –tembló -.
- Su edad, por favor.
- Cuarenta años.
- Gracias. Creo que no hay más preguntas. Por cierto, ¿sabe usted ya que ese puñal que había en su maleta no era el que utilizó el asesino? – añadí -. Intentaban inculparle a usted.
- ¿Sí? - contestó, estilo inspector Miller, mientras cerraba la maleta y la levantaba del suelo -. ¡Pues qué bien! ¡Haga el favor de apartarse y me iré cuanto antes de aquí! ¿De acuerdo?
Me aparté de la puerta de la habitación y él salió echando palabrotas a chorros.
- Carroñero como no los hay, ¿eh? - dijo Riccardi -. ¿Qué hacemos ahora?
- Voy a inspeccionar bien la habitación.
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- ¿Continuamos? - preguntó Riccardi pasado un rato. Ninguno de los dos había encontrado nada importante. Sólo un trozo rasgado de tela azul con manchas secas de un líquido extraño que parecía tinta, debajo de la cama, probablemente propiedad de míster Haggard. Me lo guardé en el bolsillo.
- Esa tela me suena... - dijo Riccardi - ¡Eso es! ¡Es del pijama del duque! ¡El que llevaba puesto la noche del crimen!
- Voy a llevarlo al vestíbulo a entregárselo a algún agente. Puede tener huellas dactilares.
- Si hubiese algún otro objeto incriminatorio en esta habitación, seguro que míster Haggard se lo ha llevado escondido en esa maleta. Sí. Vamos a por el segundo abogado.
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Míster Wendover no estaba en su habitación. Se encontraba en el salón, con la pierna herida y vendada reposando en un cojín. Un par de horas después - me había informado el doctor -, le iban a llevar a un hospital para extraerle la bala de la pierna.
Nos acercamos a él y le propusimos el interrogatorio. Míster Wendover aceptó y esta vez le interrogó Riccardi.
- ¿A qué hora llegó usted a la mansión la otra noche?
- Creo que alrededor de las nueve.
- ¿Cuánto hace que conoce usted al duque?
- ¡Uh! Más de dieciocho años. Creo que unos veinte.
- Hummm - dije mientras escribía en mi cuadernito -.
- ¿Sabía usted que el duque llegaría a las doce y media?
- No lo sabía – repuso -.
- ¿A qué hora subió usted a su habitación?
- Creo que hasta las once estuve hablando con los otros abogados. Luego, a las doce menos cuarto subí a mi habitación. Alrededor de las doce apagué la luz.
- ¿Se levantó usted de la cama por algún motivo a partir de esa hora? Y en tal caso, ¿vio a alguien?
- No, estoy seguro de que no. No me levanté, pero hay un dato que puede que les interese. Yo dormía con la puerta abierta, y, un rato después de meterme en la cama, pasó alguien, andando, por delante de la habitación. Era una figura extraña, fantasmal, y llevaba puesto un traje completamente negro y un sombrero. Pasó por delante de mí y se perdió de vista por el pasillo. No pude saber quién era, pero creo que cojeaba.
- Traje negro y cojeaba, traje negro y cojeaba, traje negro... ¡Lo que nos dijo míster Haggard! ¡Él vio a alguien vestido de negro que iba cojeando en el pasillo del segundo piso! ¡A lo mejor era el mayordomo disfrazado de esa manera para evitar que le reconociesen! - dijo Riccardi.-
- ¿Alrededor de que hora vio pasar a ese tipo? – pregunté -.
- No miré el reloj, pero creo que fue alrededor de las tres de la mañana.
- No hay duda, ese era el asesino, obviamente el mayordomo - me aseguró Riccardi -.
- ¿Cuánto tiempo hace que conoce usted a los demás abogados? - dije con desgana -.
- A míster Haggard le conocí el día de la fiesta. A míster Roy le conozco desde hace casi quince años, y a míster Blackhouse desde hace cuatro años.
- Dígame su edad, por favor.
- Cuarenta y un años.
- De acuerdo, eso es todo. Muchas gracias míster Wendover.
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Nos encontrábamos en el salón, sentados en el sofá al lado del piano. Yo acababa de rellenar una hojita de papel con anotaciones, ideas y tachajos, pero en ese momento la arrugué y la lancé a una papelera.
- ¡Maldición! – grité -, ¡no se me ocurre nada! ¡Nada de nada!
- ¿Qué intentas, hombre? Está claro que el asesino fue el mayordomo - me repelía el italiano.
- Mpf. No consigo asimilar que el mayordomo se haya suicidado y que él sea el culpable.
- Por cierto, ¿le hemos preguntado a míster Wendover si él tiene el testamento del duque?
- No, ¡claro que no! Vamos a preguntarle.
Al momento ya estábamos subiendo a la habitación de míster Wendover. Por el camino nos encontramos con la esposa del difunto duque, Mrs Blackhouse.
- Buenas tardes, señora. Nos dirigimos a la habitación de míster Wendover.
- ¡Pero si no está! Se lo han llevado al hospital.
- Vaya, hombre, justo ahora.
- Sí. Espero que llegue a tiempo para la cena. ¿Qué hora es? Ah, las cuatro…
- ¿A qué hora es la cena?
- A las diez y media.
- De acuerdo. Por cierto, ¿qué sabía usted del difunto mayordomo? ¿Cuál era su nombre o su apellido?
- Bueno, era una persona muy servicial, amable, decidida... llevaba veinte años a nuestro servicio. Nunca le llamábamos por su nombre de pila y creo que ni sé su nombre en realidad. Siempre le hemos conocido todos como Higgins.
- El pañuelo con la hache en el estudio...
- Enrique, el culpable ha sido el mayordomo - dijo mi compañero italiano -.
Continuará...
Me ha llamado la atención el que haya preguntado las edades y por otro lado, me gusta el pique que hay entre el inspector y el. Creo que este relato tiene más fuerza que el anterior. besos y feliz fin de
ResponderEliminarLo mejor el pique, el chaval ya tiene amor propio y le sale el ego del signo Leo:-)
EliminarYo lo leo a la par cuando lo publico y opino lo que tu, que es mejor. También es un año mayor. Y como no son segundas partes...
Bss
El tic en el ojo ha estado genial. Lo imagino anotando números en la libretita, poniéndolos en relación y sacando brillantes conclusiones.
ResponderEliminarFeliz domingo, madame
Bisous
Gracias madame. Recién aterrizado he venido a ver si esto ha funcionado y estoy contenta porque están las dos últimas publicaciones.
EliminarBisous
Lo que está claro es que cada detalle que introduce es porque luego lo va a utilizar.
ResponderEliminarEspero la continuación . Un abrazo
No se como puede retener todo esto en la cabeza. Porque solo escribía 2 horas el finde. Creo que ya está escribiendo el tercero:-)
EliminarBss
Hola Kaaty: es tiempo de huerta y me ausento fines de semana largos, pero aún la estancia en elo pueblo no es definitiva, por lo que seguiré leyendo las aventuras de tu nieto. También yo opino que el relato es mejor, concreta estupendamente las situaciones. Un abrazo
ResponderEliminarYo he desparecido también, primero por arreglos que al final se me estropeó una semana antes por un accidente doméstico que aún arrastro y cinco días que estuvimos fuera. He dejado programados estos dos post por a continuidad.
EliminarUn abrazo y gracias