Esta mañana desperté con antojo de algo que no se cocina en ollas, ni se hornea con recetas exactas… Desperté con antojo de paz. De esa que huele a café recién hecho y sabe a pan calientito, con la mantequilla derritiéndose como los miedos cuando los abrazas con calma.
Me serví un poco de silencio tibio, como ese atole que reconforta el alma cuando el mundo se siente frío.
Y mientras miraba por la ventana, me di cuenta de que cada día nuevo es como una cocina abierta: Tú decides qué sabor tendrá tu historia.
Hoy me quiero preparar una vida que huela a esperanza y tenga el sazón de la ternura. Una vida donde la gratitud sea el postre diario, dulce, suave, a veces con trocitos de nostalgia, pero siempre honesta.
Una vida que sepa a domingo lento, a comida hecha en casa, a sobremesa con risas y ojos brillando.
Porque vivir también es eso: elegir con qué aliñar tus pensamientos, qué emociones poner al fuego lento, qué sueños hornear sin prisa. Y si te sale amargo el día, échale azúcar de paciencia, unas gotas de amor propio, y un puñito de fe.
Que no se te olvide: tú eres la chef de tu alma, la que mezcla, remueve, corrige el fuego. Tú decides si el día te sabe a miedo… o a milagro.
Anónimo
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Bienvenido. Gracias por tus palabras , las disfruto a tope y además aprendo.