2.-CRIMEN Y EXPLOSIÓN
-¡Henry! –exclamó el comisario-, ¡bienvenido! Hace un tiempo horroroso ¿verdad?
-Pase, señor Longman. Tenemos reservada una habitación para Ud. –le explicó la Srta. Matilde-. Deme su maleta por favor.
El ex comisario Longman masculló unas palabras en respuesta a aquella efusiva bienvenida. Se acercó cojeando hasta el radiador para calentarse.
-¡Ajá! -dijo señalando al director del museo- ¡Ajá!
-¿Qué?
-Nada. Bien. ¿Quién puede hablarme sobre lo que está pasando?
-Ayer –comenzó a explicar el director del museo-, al levantarnos, casi todos los habitantes de Atalaya Village descubrimos que nos faltaba algo de valor. Trescientas setenta y ocho personas para ser exactos. Por ejemplo, a mí, las espadas y las lanzas del museo, a la señorita Matilde, la plata, y al comisario, sus billetes. Luego, todos se presentaron en la comisaría, dond…
-…donde yo les atendí –interrumpió el comisario-. El alcalde llegó echando chispas, y entonces se me ocurrió llamarte. Parece que nadie recuerda lo que pasó en la noche.
El director parecía molesto por haber sido interrumpido.
-¿Ninguna pista? ¿No hay nadie, por ejemplo, a quien pueda interesarle la ruina de este lugar? –sugirió Longman-.
-Bueeeno, hay algunos… es una larga historia –tibuteó el comisario-.
-¿Ha traído algo de valor, señor Longman? -preguntó la Srta. Matilde.
-Sólo traigo mi gabardina, el sombrero, el bastón y una maleta con ropa –informó el ex comisario-.
-Necesitamos que resuelvas esto cuanto antes. Van a celebrarse pronto las elecciones y D. Ernesto Saavedra quiere arreglarlo todo antes, porque si esa arpía –con perdón- de Teresa Pérez llega a alcaldesa, tendremos que emigrar.
-¿Teresa Pérez? –dijo Longman-.
-La otra candidata a la alcaldía. Creo que desciende de una de las brujas que habitaban aquí en el siglo XVII…
-Haré lo que pueda. Señorita, ¿podría darme la habitación 313?
-Lo siento, pero solo hay dos pisos, y cinco habitaciones en cada uno, señor Longman -contestó ella-.
-Quiero una en el segundo piso en tal caso.
-¿Con balcón exterior?
-Sí, gracias. Subiré yo mismo el equipaje –añadió-.
Agarró su pesada maleta y subió con ella por la escalera de madera, que crujía con solo apoyar el bastón.
************
La habitación no era nada del otro mundo. Tenía una cama, un escritorio, un armario y una mesilla con un flexo. Del techo colgaba una lámpara naranja que alumbraba con una luz del mismo color. Pero el ex comisario no se fijó en eso. Fue directo a donde quería. Se asomó al balcón.
El cielo estaba inmaculado, sin contaminación. A lo lejos, en el monte, vio la atalaya. La vieja torre medía casi veinte metros. De piedra, medio derruida, llena de grietas, musgos y moho. Dominaba todo el valle. Las vistas desde allí deben ser maravillosas, pensó. Luego se acercó a su gran maleta y la abrió. El interior estaba dividido en ocho compartimentos y todos estaban cerrados con llave. Metió una mano por el cuello de la camisa y sacó una, atada a un cordelito. Abrió con ella uno de los compartimentos y sacó una pelota y un pijama grueso. Metió la almohada dentro del pijama y el bulto entero bajo la manta. Puso encima la pelota y le encasquetó un enorme gorro de dormir.
Encamada ahora había una figura que bien podría ser él. Emitió un sonido de satisfacción. Luego, con la misma llave abrió un segundo compartimento. Sacó una gruesa cuerda con nudos y la lanzó por el balcón. Dejó la ventana entornada y, ayudándose con las ramas de un árbol, descendió por la cuerda. Fue un trabajo difícil pero al final consiguió pisar el suelo. Murmuró algo como “la edad” y “estos jóvenes”. Con movimientos furtivos rodeó la posada y se dirigió hacia la plaza del pueblo, que no estaba lejos. Al llegar se escondió tras unos arbustos y observó. Había gente, eran varios electricistas a los que un hombre con barbita marrón les decía lo que tenían que hacer. Al parecer, estaban instalando unos altavoces y enchufándolos a la red eléctrica.
-Eso sólo puede ser para las elecciones –se dijo el ex comisario-. Avanzó de nuevo sin ser visto y cruzó la plaza. Se dirigió rápidamente a la casa del alcalde donde le habían dicho que aquel debía estar. Cuando llegó se fijó bien en cómo era; una gran casona de dos pisos, tejados de pizarra verde, aldaba en la puerta de roble, ventanas cerradas, balcones por los lados este y sur.
Presuroso lanzó la cuerda con un enganche metálico al balcón. Al quinto intento logró que quedara sujeta. Apoyando los pies en la pared intentó subir pero al llegar a la altura de un par de metros cayó al suelo. Manchado de barro y soltando improperios estaba pensando en desistir cuando tuvo una corazonada. Corrió todo lo que pudo hasta posada, se escondió tras un arbusto bajo el balcón de su habitación y se quedó quieto.
Se oían voces. Una de ellas era de mujer, pero todas sonaban tan bajas que el ex comisario dudaba fuera a ser capaz de entender lo que decían.
-Sí, le he vigilado desde allí con los prismáticos, está en su cama.
-Dice el comisario que es un buen detective. Sólo falta que nos descubra. Hemos de tener mucho cuidado con él.
-Vámonos.
El ex comisario no logró ver a nadie de quienes conversaban.
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13 de Mayo / Jueves.-
Al día siguiente por la mañana el ex comisario bajó al primer piso para desayunar unas tostadas con café. Allí estaba el comisario Gómez charlando con míster McKinnon. El director del museo tenía en sus manos un periódico con el nombre Atalaya News.
-No me lo puedo creer -decía-. No me lo puedo creer.
-¿Qué pasa? –farfulló el ex comisario Longman-.
-El periódico local. Su director está a favor de Teresa Pérez. Mira, ha publicado una información tremendista sobre los robos y está criticando al alcalde. Fíjate en el título.
El ex comisario se acercó y leyó:
ESCÁNDALO ANTES DE LAS ELECCIONES. Últimos errores del actual alcalde. Hace sólo un día se cometió el mayor robo de la historia de Atalaya Village. El alcalde, Ernesto Saavedra, declaró ayer por la tarde: “Esto es la ruina del pueblo, probablemente presentaré mi dimisión”. Efectivamente, es la ruina porque todas las personas del pueblo han perdido cosas de gran valor. La candidata a alcaldesa, Teresa Pérez, ha declarado a su vez: “Está claro que el señor Saavedra ha llevado muy mal el asunto. Tras admitir que habían robado el reloj de oro del salón del ayuntamiento descubrió que a todos nos faltaba algo. Es incapaz de asegurar la seguridad en el pueblo.” Al parecer, el alcalde ha llamado a un tal Longman, extranjero, del que se dice le falta un tornillo, para que investigue el caso. Ahora usted tiene que hacerse la siguiente pregunta: ¿Votará en las próximas elecciones a Ernesto Saavedra…o a Teresa Pérez?
-Esto es una farsa -murmuró el comisario- ¡Una farsa! Yo estaba con el alcalde ayer por la tarde, antes de que viniese Henry… ¡Y no hizo ninguna declaración! ¡Esto es una farsa! Y además… ¡Han escrito que te falta un tornillo! ¡Son unos malvados!
-Me gustaría vérmelas con esa retorcida mujer… -dijo el director del museo-.
-¿Robos? –preguntó Longman-. Hoy no ha habido robos, ¿verdad?
-No, hoy no. Mmmm…
El ex comisario cogió una tostada y la untó de mantequilla y mermelada. Luego cogió una galleta y una taza de café. Sacó del bolsillo un paquetito de tabaco y ofreció un cigarro a McKinnon.
-No, gracias, no fumo –contestó éste-.
Tras fumar un pitillo el ex comisario se levantó y volvió a subir a la habitación. Unos momentos después bajó con los bolsillos de la gabardina muy abultados.
-Vámonos -le dijo secamente al comisario -.
-¿A dónde?
-A casa del alcalde.
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A la luz del día la casa de Ernesto Saavedra era más grande e impresionante que de noche. Ahora sí se distinguían las paredes, de un blanco inmaculado, el tejado verde, los balcones alargados y la enorme puerta. Al momento salió a recibirnos un tipo de tez morena, bajito, con gafas gruesas, de unos veinticinco años. Llevaba puesto una especie de frac un poco viejo, a juzgar por los puños deshilachados, y unos guantes puestos. Sujetaba en la mano una bandeja vacía.
-¿Sí, señores? ¿En qué puedo ayudarles?
-¿Quién es usted? –preguntó el comisario Gómez-.
-Me llamo Luis, Luis Álvarez. Soy el nuevo mayordomo del señor alcalde. Me contrató ayer.
-Ah, de acuerdo. Queremos ver al alcalde –pidió el comisario-.
-El señor no está aquí. Ha salido.
-¿Dónde está? Es urgente.
-Dijo que iría a las oficinas del periódico, señor.
-¡Pues vamos para allá! –propuso Longman-.
Rápidamente avanzaron por varias callejuelas y bordearon un estanque. A unos veinte metros de la posada de la señorita Gómez se levantaba un edificio crema, de dos pisos. Las ventanas tenían unos marcos de pintura color azul chillón, y en una de las paredes estaban grabada unas letras doradas: A.N. En la azotea había un pequeño helipuerto y se distinguía un helicóptero en él. La puerta principal, abierta, estaba toscamente labrada en madera de roble. Al lado había un coche aparcado. Entraron.
El primer piso estaba dividido en cuatro salas. En tres de ellas había gente tecleando en sus ordenadores, dispuestos en largas filas de escritorios individuales. El comisario Gómez se acercó a una mesa en la que trabajaba una señora de unos cincuenta años, con pelo canoso y cara de sapo; se trataba de la secretaria del director. A diferencia de los demás, ella trabajaba con una máquina de escribir. En la mesa de al lado escribía en el ordenador un joven bajito, de unos veinte años, con pinta de novato. Tenía el pelo negro y las cejas muy levantadas. En una mano le faltaba un dedo y tecleaba en su ordenador con los otros nueve mientras escuchaba a su compañera.
-¡Bueno, Jaime! ¿Dónde está el informe sobre los deportes de la cuarta página? Y el de la quinta ¿eh? ¿Y el de la quinta? Además, necesito la lista de cosas que dijo el director que pusiésemos sobre el alcalde y…
En cuanto vio al comisario y al ex comisario la mujer se puso roja como un tomate. Rápidamente cambió de tono de voz.
-Buenos d…días, señor comisario y com…compañía, je, je…
-Queremos hablar con el director -expuso Longman-.
-J…Jaime, ve y llévalos al despacho -murmuró, con sus labios de sapo temblando-.
Aquel joven les indicó que le siguieran. Antes de que abandonaran la primera habitación, escucharon como la mujer gritaba a otro periodista:
-¡Eh! ¡Necesito una copia de la hoja de insultos para el alcalde! ¡eh!
-Todos están a favor de Teresa Pérez, ya se sabe -murmuró el comisario-.
-¿Cuál es su nombre completo?, ¿eh? -preguntó Longman al joven-.
-Eh…yo soy Jaime, Jaime Solís. Soy nuevo aquí.
-¿Y qué le han robado a Ud.?
-Ah…pues me ha desaparecido la lámpara del salón, señor. De cristal, debe valer unos trescientos euros.
-Ah…-contestó el otro, distraído-. Entonces se dirigió hacia una puerta azul. La abrió y encontró una gran fotocopiadora e impresora, que ocupaba gran parte de la habitación y que escupía copias a una bandeja.
-¡Eh! -dijo el joven-, pero el ex comisario ya había cogido una hoja y leía lo que estaba escrito:
EL EX COMISARIO LONGMAN, PRINCIPAL SOSPECHOSO. Por Emilio Watson.
El recién llegado a Atalaya Village, el ex comisario inglés Henry Longman, tiene como actividad favorita husmear por las calles entre las casas. “Es posible que tenga algo que ver con los misteriosos robos”, ha dicho la señorita Teresa Pérez. En las fotografías disponibles podemos ver a Longman curioseando en las inmediaciones de la casa del alcalde. La señorita Teresa Pérez también ha comentado, “Probablemente esté compinchado con el alcalde en este asunto de los robos, huele a chamusquina”.
-Yo, robar -masculló el ex comisario-. Yo…robar…
Sucedió en un segundo. Como si hubiera rejuvenecido veinte años el ex comisario Longman salió igual que un tornado de la habitación, seguido de cerca por Gómez, y llegó hasta una puerta en la que había un cartelito que decía: “Emilio Watson. Dirección”
Abrió la puerta. Se trataba de una habitación bastante pequeña comparada con las demás. Había un perchero, un escritorio y un fichero. Las ventanas eran traslúcidas.
Dentro había dos personas. Una, sentada detrás del escritorio, tomaba nota de lo que decía la otra. La segunda persona era una mujer, de unos treinta años, pálida, de pelo negro y aspecto cadavérico. Llevaba puesta una horrible diadema.
-…y que es un tramposo, porque consiguió su puesto de forma ilegal, ayudado de…
En ese momento la mujer se dio cuenta de que el ex comisario Longman estaba en la puerta. Rápidamente salió del despacho, riendo maliciosamente por lo bajo y dejando un aroma de huevos podridos tras ella.
Pero la persona con la que el ex comisario quería hablar era con la que continuaba sentada.
Emilio Watson era un hombre corpulento, alto y de pelo rubio. Llevaba unas gafas redondas y tenía una expresión maliciosa. Lucía un pequeño bigote francés.
-Ajáaa -murmuró-. Precisamente quería entrevistarme con usted, señor ex comisario. Considérese en su casa.
-¿Cómo se atreve usted? -gritó Longman, lívido, mientras le apuntaba con su bastón de caoba-.
El director se levantó del asiento. Como era mucho más alto, al ex comisario no le hizo mucha gracia el gesto.
-¡Watson! -gritó Gómez al entrar en el despacho, agotado por la carrera hasta allí tras Longman-. Tengo que hablar contigo. Nos hemos enterado de que el alcalde vino aquí hoy. ¿Dónde está?
-Ah, no sé. Pero, si ha desaparecido, podré escribir un artículo: “Desaparición. El alcalde de At…”
-Deja eso. ¿Dónde está?
-No lo sé.
-Vino aquí.
-Está bien. ¿Qué me ofrecen a cambio?
-Nada, por supuesto. Si no colabora podría hacerle encerrar por sospechoso – le amenazó el comisario-.
-Está bien. Total, no es que me caiga bien…
BANG!
El señor Watson no acabó la frase. Se quedó parado un momento como si no hubiera oído bien el disparo.
-¿Qué ha sido eso? –dijo en voz baja-.
-¿Qué?
El señor Watson no contestó. Ante la horrorizada mirada de los dos presentes, su alta figura se derrumbó. Un hilo de sangre le resbalaba por el mentón.
-¡Ayuda! ¡Ayuda! -gritó el comisario-.
Longman se dirigió con paso decidido a la ventana y la abrió. En la cornisa estaba apoyada una escalera de mano que aún se tambaleaba.
************
La clínica del pueblo no quedaba lejos del periódico. Unos minutos después dejaron allí a Emilio Watson, con un tiro entre los omoplatos.
-¿Qué ha pasado? –se preguntaba confundido el comisario-.
-Le han disparado cuando iba a decirnos dónde estaba el alcalde. El problema es que ha podido ser cualquiera –comentó Longman-.
-Quien fuera, subió por la escalera ¿no?
-Ajá. No logré ver quién era. No…
¡BOOOM¡
-¿Qué ha sido eso? –preguntó ya muy alarmado el comisario-.
-Eso…eso no ha sido un disparo…
Se dieron la vuelta y espantados vieron lo que había sucedido.
El hostal Atalaya Queen estaba en llamas. Lenguas de fuego subían hacia el cielo y deslumbraban en pleno día. Sonaban crujidos y se despedía un humo negro a la impoluta atmósfera. La estructura amenazaba derrumbarse y desde dentro se oían unos gritos angustiados: la señorita Gómez estaba atrapada.
-¡No! -gritó su hermano mientras comenzaba a correr hacia allí-.
-¡No! -gritó el ex comisario-. ¡No!
Sin pérdida de tiempo el comisario se introdujo en el edificio en llamas. Unos momentos después salía, con la ropa humeando.
-¡No puedo pasar! ¡Se están cayendo las vigas!
-¡Lo intentaré yo! -dijo una voz-.
Había aparecido en escena un hombre un poco encorvado, de pelo oscuro, que se dirigía a lo que había sido la entrada del hostal. Entró rápidamente. Un minuto después salió sujetando a Matilde Gómez, visiblemente asustada.
-¡Sebastián! Has…has llegado a tiempo…yo… -dijo el comisario, al reconocerlo-.
-¡Apartaos! –gritó el ex comisario Longman-, y todos se sobresaltaron.
La casa ardía y se oían unos silbidos inconfundibles.
-Las…las bombonas…de gas… -gimió Matilde Gómez-. ¡Alejémonos!
Se produjeron unas nuevas explosiones, aún más fuertes que la primera. Vigas, trozos de cemento y toda clase de materiales caían por todas partes. El edificio voló en pedazos cuando ya estaban a salvo. Con un último estruendo, las paredes que seguían en pie se desmoronaron.
La señorita Matilde rompió a llorar.
Presentación y personajes
Capítulo 1.- Robos (Primera parte)
Capítulo 1.- Robos (Segunda parte)
Capítulo 3.- El alijo
Katy Gracias por sus visitas Feliz fin Semana Saludos
ResponderEliminarGracias a ti. Un abrazo
EliminarEspero que el pobre Longman no se haya ofendido mucho con ese poco diplomático comentario de que le falta un tornillo. ¡Ja!, que le falta un tornillo! Eso creen ellos, pero ya verán, ya. No, y encima pretenden convertirlo en el principal sospechoso. Esa Teresa Pérez no me parece trigo limpio. Yo no la votaría, por si las moscas. Claro que con los últimos acontecimientos, tal como se están poniendo las cosas me parece a mí que en este momento lo de menos son las elecciones.
ResponderEliminarFeliz fin de semana
Bisous
Veo que sigue la trama Madame. Yo misma la sigo a la par. Porque no es bueno adelantarse a los acontecimientos. A veces personas aparentemente insignificantes dan sorpresas
EliminarBisous y gracias