Abiertos a la vida

¿Hay algo más limpio que la mirada de un niño? Podría estar embobada mirándoles todo el día. Cuando voy a la guardería me suelo quedar un ratito a disfrutar de ellos. No necesito más que observarles y ya se me ensancha el corazón viendo bullir la vida, la espontaneidad y la alegría.
Miradas llenas de asombro, siempre atentos y abiertos a la vida.
Edgar Neville les definió acertadamente “locos bajitos”. Ellos solitos van y vienen y se entretienen con cualquier pelusa, u objeto no identificado que llevarse a la boca. Tan pronto bailan, lloran o se tiran al suelo sin motivo alguno. En cada momento experimentan sus nuevas capacidades y descubrimientos. Unos son mas autónomos, otros más temerarios o inquietos, los hay más tranquilos y cada uno en su estilo es único e irrepetible.
Y nosotros abuelos, padres y maestros estamos siempre al quite “Eso no se toca, caca, tira eso, no se hace, no, no, no…… Y ellos te miran pasando de ti y tal vez pensando: tu habla que por un oído me sale y otra me entra, y en nada, vuelta a empezar.
Y digo esto porque celebramos el cumpleaños de una de las peques de la familia. Invitamos a un animador de niños que hicieron las delicias también de los mayores que retrocedimos al menos por unos momentos a la época dorada de nuestra infancia.
Ver a los críos queriendo participar en todo lo que les proponía, sus miradas expectantes y sonrisa continua, sus reflejos y capacidad de respuesta aún siguen sorprendiéndome.
Cantaron, bailaron, jugaron y nos hicieron participes de su alegría por unos instantes, haciéndonos olvidar nuestros problemas y ocupaciones cotidianas.
¡Cuanto me hubiera gustado quedarme en ese mundo solo reservado para la inocencia!