"La mejor herencia que se le puede dar a un niño para que pueda hacer su propio camino, es permitir que camine por sí mismo." Isadora Duncan

"Estoy convencido que uno de los tesoros que guardan los años es la dicha de ser abuelo"
Abel Pérez Rojas

"No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela." Albert Einstein

Forman parte de la orquesta

viernes, 10 de enero de 2014

Con diez cañones por banda. Capítulos IX y X


PARTE TERCERA
CUATRO VERSOS MÁS



1. “Que es mi barco mi tesoro…

Invité a don Luis a entrar en mi camarote.
- Bien. Vamos a utilizar el método deductivo de eliminación. Primero, los datos:
x Ocho pistas, cada una acusando a una persona: siete en la habitación del capitán; Matías con manchas sospechosas de sangre en su dormitorio; Linda Thompson, sin pista.
x A las once menos cuarto pasa una persona por delante del camarote de la señorita Thompson, en dirección a la cubierta.
x Desaparición de una bala en la pistola, faltan dos pero aparentemente sólo se utilizó una.
- ¿Falta algo? – preguntó don Luis -.
- Creo que no, ¡vamos al grano! Empezaremos por el piso inferior. Primero, Matías. Trabaja en un hospital como médico jefe, pero en España. No creo que tuviera mucha relación con el capitán Davidson. Podría haber sido un antiguo paciente pero…
- Pero Matías no tiene coartada para ninguna hora – continuó don Luis -, así que no le descartamos. Además, ¿Por qué tiene esas manchas de sangre en su ropa? Y sobre todo, dado que es médico, le habría resultado fácil conseguir el cianuro potásico.
- Siguiente – proseguí -. Miguel, escritor de un renombrado best-seller, también afincado en España. Vaya, no encuentro ninguna posible relación entre él y el capitán… - me quedé pensando -.
- Y no tenemos pruebas contra él – dijo don Luis -. Pero como no tiene coartada para ninguna hora tampoco le descartamos.
- Avancemos – me preparé para apuntar hacia uno más -. Juan Luis, millonario, propietario de tres grandes empresas. Seguro que él podría haber tenido alguna relación previa con el capitán Davidson, aunque asegura que le conoció el mismo día de la negociación del contrato para este viaje. No tenemos pruebas contra él y tiene coartada para las once y cuarto, ya que don Alberto fue a pedirle una aspirina. Le descartamos.
- Alberto es gerente de una empresa de petróleos en España – tomó de nuevo la palabra don Luis -. Es difícil que conociera antes al capitán y tiene coartada para las once y cuarto. Descartado.
- Linda Thompson, la asistenta de Juan Luis – me tocó el repaso de datos -. Posible complicidad con el señor Marcel, están divorciados pero pueden haber colaborado juntos. Podría ser mentira lo que nos dijo sobre la sombra que vio pero es improbable. No tiene coartada así que no la descartamos.
- Ahora - dijo don Luis -, te toca a ti.
Tragué saliva.
- Enrique, detective – expliqué -. Improbable relación previa con el capitán Davidson. Coartada para las once menos cuarto ya que te pedí aspirinas. Sin coartada para las once y cuarto.
- Bien. Ahora es tu turno, Luis.
Esta vez fue él quien tragó saliva.
- Luis, experto policía en el pasado. Difícil que hubiera alguna relación anterior con el Capitán Davidson. Sin coartada para ninguna hora.
Se puso blanco como el papel.
- ¿Pero qué dices, loco? – me interrumpió -. A las once menos cuarto te pedí una aspirina…
- Sí, pero eso sólo te ocupó unos segundos. Pudiste justo después ir directamente a cubierta y cometer el crimen, y habrías sido la sombra que vio pasar la señorita Thompson por delante de la puerta de su camarote…
- Pero tú me conoces bien… sabes que yo no…
- Seguro que no has sido tú, hombre. Tranquilo – le calmé -. Acabemos… el señor Marcel y míster Peary, dos antiguos conocidos del capitán. Trabajaron los dos con él, cada uno en una época diferente y en distintos negocios. Los dos tienen coartada para las dos horas ya que fueron vistos el uno por el otro. Recopilando, los sospechosos que tenemos son: Matías, Miguel, Linda Thompson y - lo dije bajito - tú. Bueno, ya está. Ahora, vamos a descansar. Necesito pensar…

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Un rato después de que nos separásemos, Matías nos llamó para cenar. Yo seguía pensando en el albornoz. Había sido usado en… sí, eso estaba claro, pero, ¿por qué? Y las manchas de sangre en los jerséis de Matías, ¿por qué estaban allí? ¿Y si registraba el camarote de Luis? No, él no podía haber sido, no podía haber sido… ¿Y qué había del señor Marcel? Había algo en él que… pero tenía coartada… ya sabía, pudo pero, ¿y el disparo? No, el señor Marcel no había podido ser tampoco. ¿Y qué había de…?
No había llegado a ninguna conclusión. Sin embargo, algo me decía que con los datos que tenía bastaba y sobraba para analizar la situación y descubrir al asesino.
- ¡Ah! – pensé -. El albornoz, sí, en el interrogatorio… ¡Ajá!
Fui corriendo hasta que llegué a donde estaba la señorita Thompson.
- Señorita, ¿no tendría una cámara de video pequeñita?
- Eh…sí, pero…
- Déjemela, por favor.
Tras conseguir lo que buscaba, fui corriendo hasta el camarote del capitán Davidson y abrí la puerta.
El cadáver comenzaba a descomponerse dado que llevaba allí más de doce horas. Todo olía fatal. Hice un esfuerzo y abrí la puerta del armario en el que estaba colgado el albornoz. En una esquinita dejé, funcionando, la cámara de video. Luego salí corriendo del horrendo camarote.

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Durante la cena le conté a mi amigo don Luis lo de la cámara y con detalle mi plan y suposiciones.
Todo el mundo estaba muy cansado y eso que no habían hecho nada. A don Matías le temblaba el pulso cuando trajo la comida. A don Juan Luis le era imposible agarrar el tenedor. Don Miguel y yo éramos los que más tranquilos estábamos. No lo digo porque no sospechara de él, un asesino siempre podría disimular. Linda Thompson y don Alberto no tenían hambre y no probaron bocado.
Al acabar la cena, me levanté.
- Ejem, ejem – dije para captar la atención de los comensales -. Todo el mundo me miró.
- Mañana a las once y media, dos horas después del desayuno, quiero que todo el mundo venga aquí, al salón. ¿De acuerdo? Voy a desvelar un par de misterios.
Todos empezaron a hablar, entre la emoción y el susto.
- Ahora – continué -, os pido a todos que durmáis tranquilos. No va a haber más asesinatos. Buenas noches.

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Al día siguiente, me desperezaba media hora más pronto de lo habitual. Me levanté y fui corriendo hasta la habitación del capitán Davidson. Olía todavía peor que el día anterior y la cara del cadáver estaba amarillenta. Por respeto, y porque ya no podía más, le tapé con una manta gruesa. Luego abrí el armario. El albornoz había desaparecido.
La pequeña cámara seguía allí. Apenas le quedaba batería. Paré la grabación y retrocedí la cinta hasta llegar a un momento el que había luz. Alguien había abierto el armario y me pareció vislumbrar… Aunque justo entonces se acabó la batería, ya había visto una cara.
Rápidamente corrí al camarote de don Luis. Como me esperaba, él no estaba. Abrí su maleta y me puse a buscar. Encontré, al fin, un botecito lleno de un líquido rojo oscuro. Je, había descubierto al asesino. No por el líquido de dentro, sino por el bote…

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Cuando todos se hubieron reunido en el comedor me puse delante, de pie, y comencé a explicar.
- Tras mis reflexiones con don Luis y después de analizar todas las coartadas de los pasajeros, hemos llegado a la conclusión de que sólo pudieron asesinar al capitán Davidson don Matías, don Miguel, Linda Thompson y don Luis. Antes de descubrir al culpable, que parece ser una de estas cuatro personas, me gustaría explicar el dato que me llevó a la resolución del caso. Una de las cosas que más me extrañó durante la investigación fue concretamente el encontrar los jerséis de don Matías manchados de sangre. La sangre había sido colocada esa misma mañana por el asesino para hacer recaer las sospechas sobre don Matías. Esa acción se hizo delante de mis narices. Lo hizo…
En el comedor había un silencio sepulcral.


2. …que es mi dios la libertad…

Señalé a mi querido amigo don Luis, que como podéis imaginar conocía ya el guión de la puesta en escena y me fue dando pie en las siguientes intervenciones como esperaba.
Después de mi acusación todos se quedaron callados un rato largo, mirándole. Don Juan Luis rompió el silencio.
- Enrique, tú sabes que es imposible… sencillamente, es imposible…
- ¿Y por qué no? – le pregunté -.
- Sencillamente… porque no puede ser… - volvió a argumentar -.
- No tiene coartada y tengo pruebas contra él – afirmé -.
- Pero, si dices que alguien puso la sangre en la ropa de Matías esta mañana y yo estuve todo el rato contigo, ¿cómo lo hice? – dijo don Luis -.
Saqué de mi bolsillo el bote de líquido rojo oscuro que había encontrado en su maleta.
- Encontré esto en tu maleta. ¿Qué me dices? Es sangre.
Puso una mirada tonta, como si no entendiese lo que yo decía.
- Eso no es mío – se defendió -.
- Estaba en tu maleta. Mientras “registrabas” el armario de Matías echaste esto encima de un jersey en el que se viera mucho. Como el jersey era muy grueso y de lana, absorbió la pintura enseguida y se secó. Llamaste nuestra atención cuando la mancha daba ya la impresión de estar seca. Yo no la toqué entonces.
Todos se quedaron callados, fue don Juan Luis quien rompió el silencio de nuevo.
- ¿Ya está? ¿Esta historia de miedo acaba aquí? – dijo -.
- No, nones. La hipótesis anterior parecerá tonta cuando explique lo que viene a continuación. Quiero hablar del personaje a quien don Luis persiguió por la cubierta, cuando fue envenenada la sopa. ¿Quién era ese personaje? El asesino. Don Luis no es el asesino, claro que no. Expondré mi razonamiento. Poco antes de que encontrásemos la mancha de sangre en la ropa de Matías, Miguel, más pancho que ancho, me había enseñado la llave inglesa utilizada en el asesinato, diciendo que la había encontrado en su maleta. Somos todos muy buenos amigos, lo sé. Miguel, husmeando por su cuenta había encontrado la llave en el armario de Matías, la cogió y dijo que estaba en su maleta, para intentar exculparle así, en vez de dejarla donde estaba, cosa que hubiera sido mejor para no liarme. Yo no conseguía dar con el motivo por el cual las prendas de vestir de don Matías estuvieran llenas de sangre. También me extrañó otra cosa: en la habitación del capitán, sobre la mesilla de noche, habían siete objetos. Cada uno pertenecía a una persona diferente que se encontraba en el barco. A Don Matías le habían colocado la llave inglesa en el armario, así que ya estaba incriminado aun sin objeto propio en la mesilla. Linda Thompson era la única persona no representada en aquella muestra de pertenencias, aparte de Matías. El asesino había colocado allí esos siete objetos para acusar a una persona, justo a la que no pertenecía ninguno.
A Linda Thompson se le mudó la cara.
- Había otra cosa que me inquietaba – proseguí -. ¿Para qué quería el capitán Davidson un albornoz? Se supone que no se duchaba, que no utilizaba el baño... Al encontrar la jeringuilla en un bolsillo, empecé a comprender. El albornoz había sido utilizado por el asesino para que, en el caso de que le vieran, no consiguieran reconocerle. Después, también lo llevaría puesto cuando intentó echar el veneno en la sopa. Luis le persiguió pero no pudo ver qué era lo que el tipo llevaba encima. De todas formas el asesino debió de notar durante su interrogatorio que yo centraba demasiado mi atención en el albornoz. Decidí montar una trampa. Dentro del armario coloqué una cámara de video muy pequeña que la señorita Thompson tuvo la amabilidad de prestarme. Por la noche, el asesino volvió para recuperar el albornoz. Más tarde recogí la cámara y visualicé la grabación. ¿Saben a quién reconocí en la cinta? A la señorita Linda Thompson.
Rápidamente me fijé en las expresiones de los asistentes. La cara del asesino expresó de nuevo una gran inquietud.
- Por otra parte – continué aclarando -, el asesino destrozó los motores. Eso estaba al alcance de cualquiera. Pero el momento en que se habían destruido los botes salvavidas, cuando oímos aquel “crash”, hacía disminuir el abanico de posibilidades. Sólo pudo desfondarlas alguien que no estaba en el comedor en el momento del ruido; míster Peary, el señor Marcel, el capitán Davidson o la señorita Thompson. Se me ocurrió la posibilidad de que dos cómplices hubieran actuado juntos. Conozco a mis amigos, lo que piensan y lo que sienten. Sé que ellos no lo harían, entre otras cosas porque no tienen motivos. Sólo dos personas podrían ser cómplices entre ellas, dado que se conocían de tiempos pasados. Me refiero a Linda Thompson y al señor Marcel. Se divorciaron hace mes y medio.
- ¡Es mentira! ¡Es una sarta de horripilantes mentiras! - chilló con voz aguda Linda Thompson mientras de levantaba de su asiento -.
El señor Marcel se limitó a quedarse sentado, como petrificado. Me echó una mirada como diciendo “¡Silencio!”.
- No, es verdad. Encontré el certificado de divorcio en el camarote de su ex marido, señorita – le dije -.
Linda Thompson se sentó, muy nerviosa.
- Pero puede estar usted tranquila... Que su antiguo marido y usted se encontraran en el mismo barco es lo que yo llamo “una coincidencia”. Usted no cometió el crimen. El verdadero asesino del capitán Davidson, que se dedicaba con él al contrabando de drogas, es…

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... ¡el señor Marcel!
- ¡Pero qué demonios...! – gritó aquel -.
El acusado ahora directamente se había puesto de pie.
- Usted, señor Marcel, pertenece a una organización de contrabando de drogas. Recibió indicaciones, acabar con Davidson y con todos los testigos del crimen. Uno de sus compañeros había asesinado ya a la anciana Oglander, la señora “que murió de un ataque al corazón” según la prensa. En la nota que dejó y que se encontró más tarde, esta señora confesaba su colaboración en la organización de contrabandistas y avisaba a un tal Davidson de que buscaban acabar con él por haber hablado demasiado. Ese Davidson estaba a bordo, con nosotros.
- Pero, si el señor Marcel es el asesino, ¿por qué la señorita Thompson robó el albornoz? – preguntó en aquel momento don Miguel.
- Linda Thompson trataba sólo de protegerle. Ahora lo explicaré – avancé.
- ¡Usted está loco! – gritó el señor Marcel - ¡Yo tengo coartada para la hora en que se cometió el asesinato! ¡A las once menos cuarto estaba hablando con míster Peary!
- Ah ya, pero es que usted no mató al capitán Davidson a las once menos cuarto. Lo mató más tarde, yo diría que alrededor de las once y cuarto…
- Pero señor detective - dijo míster Peary -. Ya le he dicho que también vi al señor Marcel a esa hora...


Presentación y Prólogo
Capítulos I y II
Capítulos III y IV
Capitulos V, VI, VII y VIII

3 comentarios:

  1. Vaya por dios, ha surgido un inconveniente ahora que encajaban todas las piezas. Me pregunto a dónde nos llevará la última declaración de Mr. Peary, y cuál será la explicación. Nos deja en un punto muy intrigante!

    Feliz fin de semana

    Bisous

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    Respuestas
    1. Muy agradecida porque siga este relato que el próximo viernes toca a su fin. Explicación si que tiene seguro. Bisous y feliz domingo

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Bienvenido. Gracias por tus palabras , las disfruto a tope y además aprendo.

“EL TIEMPO QUE PERDISTE POR TU ROSA HACE QUE TU ROSA SEA TAN IMPORTANTE”. Saint-Exupéry

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