Desde que vivo en mi casa actual de Madrid he cuidado entre las plantas de la terraza un cactus de no sé qué especie concreta (nunca me he informado, pero voy a consultar un libro de botánica o internet después de escribir este cuento). En fin, es uno de esos cactus comunes, un muy largo tronco verde oscuro con pinchitos finos por todo su cuerpo. Ha crecido mucho, muchísimo, durante un montón de años – calculo que cerca de treinta – siempre en el mismo rincón, con la protección esquinada de una pared de ladrillo de rojo y de la estantería con utensilios de jardinería. Voy a contaros una parte de su historia.
Heredé el cactus de los inquilinos anteriores del piso, tan adaptado y hecho al lugar estaba, que haberlo cambiado de domicilio en la mudanza habría supuesto para él un daño irreparable.
• Muy buenos días Sr. Cactus – le saludamos por las mañanas.
• Buenos días – contesta muy educadamente – no tanta agua por favor. Y es que siempre nos pasamos con el agua; si los cactus aguantan con casi nada, ¡son tan austeros!
Un día me soltó enseguida en cuanto me vio:
• He dado a luz tres letras
• ¿Tres letras?
• Sí, a la A, la M y la S
• ¡Vaya! – acogí la noticia con alegría -, me encantan los bebés, ¡son tan tiernos!
Y efectivamente, al pie del cactus se podían ver tres cabecitas blancas sobresaliendo tímidamente de la tierra, con pelusilla blanca muy fina más que pinchos.
Pasó el tiempo, las semanas, los meses, los años; y aquellos bebés se convirtieron en unos brazos alargados casi tan altos como su cactus – madre e igual de gráciles al moverse con el viento de marzo, y de estoicos al aguantar el frío y el calor a veces bastante extremos en mi ciudad.
Me dirigía siempre a ellos por sus nombres:
• Hola A
• ¿Cómo estás M?
• ¿Todo bien S?
Una tarde a finales de abril, tras un invierno largo, casi eterno, de lluvias, heladas y grises oscuros, el cactus madre me dijo con tono muy lánguido:
• Estoy cansada, no tengo ganas de sujetarme más, ni de seguir creciendo, ni si quiera de mirar el cambio de los colores del cielo, con lo que me gustaba hasta hace poco…
• Uy! ¿No me digas que te has hecho mayor de repente? – le pregunté un tanto alarmada.
• Creo que sí, que justamente es eso lo que me pasa. Ya me lo predijo el cactus de la vecina (uno que tenemos justo al otro lado de la mampara de la terraza), que me iba a empezar a sentir así en breve por la edad.
• Ese elemento siempre ha sido un poco agorero, no le hagas ni caso, oídos sordos, – le aconsejé mientras arrancaba algunos hierbajos de la maceta -, debería llamarse C de cenizo en lugar de V de vecino.
No volvió a salir el tema de la edad en nuestras conversaciones, pero yo notaba cada vez una inclinación mayor en mi cactus, y lo que era peor, un tono verde amarillento que se iba haciendo más apagado y que no me gustaba un pelo.
Después de darle el tercer producto vitamínico para plantas decaídas, y de aplicarle el segundo tipo de abono estimulador de la clorofila, desistí:
• Que sea lo que Dios quiera – me dije – este es un hijito suyo, igual que A, M y S.
Unos días después estaba leyendo en el salón cuando oí un toc – toc en el cristal y al levantar la cabeza vi con sorpresa que con mucho esfuerzo el cactus me llamaba para que saliera fuera.
• ¡Me han salido Fs! – me gritó en cuanto abrí la puerta de la terraza -, son unas Fs preciosas, ¡yupi! ¡mira! ¡la primera vez en mi vida!
• Increíble, así es – verifiqué al observar en el tronco que unas preciosas flores rojas se habían abierto casi de la noche a la mañana.
Heredé el cactus de los inquilinos anteriores del piso, tan adaptado y hecho al lugar estaba, que haberlo cambiado de domicilio en la mudanza habría supuesto para él un daño irreparable.
• Muy buenos días Sr. Cactus – le saludamos por las mañanas.
• Buenos días – contesta muy educadamente – no tanta agua por favor. Y es que siempre nos pasamos con el agua; si los cactus aguantan con casi nada, ¡son tan austeros!
Un día me soltó enseguida en cuanto me vio:
• He dado a luz tres letras
• ¿Tres letras?
• Sí, a la A, la M y la S
• ¡Vaya! – acogí la noticia con alegría -, me encantan los bebés, ¡son tan tiernos!
Y efectivamente, al pie del cactus se podían ver tres cabecitas blancas sobresaliendo tímidamente de la tierra, con pelusilla blanca muy fina más que pinchos.
Pasó el tiempo, las semanas, los meses, los años; y aquellos bebés se convirtieron en unos brazos alargados casi tan altos como su cactus – madre e igual de gráciles al moverse con el viento de marzo, y de estoicos al aguantar el frío y el calor a veces bastante extremos en mi ciudad.
Me dirigía siempre a ellos por sus nombres:
• Hola A
• ¿Cómo estás M?
• ¿Todo bien S?
Una tarde a finales de abril, tras un invierno largo, casi eterno, de lluvias, heladas y grises oscuros, el cactus madre me dijo con tono muy lánguido:
• Estoy cansada, no tengo ganas de sujetarme más, ni de seguir creciendo, ni si quiera de mirar el cambio de los colores del cielo, con lo que me gustaba hasta hace poco…
• Uy! ¿No me digas que te has hecho mayor de repente? – le pregunté un tanto alarmada.
• Creo que sí, que justamente es eso lo que me pasa. Ya me lo predijo el cactus de la vecina (uno que tenemos justo al otro lado de la mampara de la terraza), que me iba a empezar a sentir así en breve por la edad.
• Ese elemento siempre ha sido un poco agorero, no le hagas ni caso, oídos sordos, – le aconsejé mientras arrancaba algunos hierbajos de la maceta -, debería llamarse C de cenizo en lugar de V de vecino.
No volvió a salir el tema de la edad en nuestras conversaciones, pero yo notaba cada vez una inclinación mayor en mi cactus, y lo que era peor, un tono verde amarillento que se iba haciendo más apagado y que no me gustaba un pelo.
Después de darle el tercer producto vitamínico para plantas decaídas, y de aplicarle el segundo tipo de abono estimulador de la clorofila, desistí:
• Que sea lo que Dios quiera – me dije – este es un hijito suyo, igual que A, M y S.
Unos días después estaba leyendo en el salón cuando oí un toc – toc en el cristal y al levantar la cabeza vi con sorpresa que con mucho esfuerzo el cactus me llamaba para que saliera fuera.
• ¡Me han salido Fs! – me gritó en cuanto abrí la puerta de la terraza -, son unas Fs preciosas, ¡yupi! ¡mira! ¡la primera vez en mi vida!
• Increíble, así es – verifiqué al observar en el tronco que unas preciosas flores rojas se habían abierto casi de la noche a la mañana.
Mientras las contaba y admiraba, el cactus madre les explicaba a sus tres hijos:
• ¿veis? La B de belleza brota a su debido tiempo y sin que nos demos cuenta, cuando hemos unido a la P de paciencia, la A de Amor y la P de perseverancia. Con estas letras también obtenemos PAP, porque fuimos pensados, amados y proyectados, pero esa ya es una historia mejor para otro día…
Y bla, bla, bla, siguió mi cactus revivido, ya con destellos de su antiguo verde chillón y más tieso que una I. Tuve que interrumpirle:
• Me alegro mucho K, (ah! K de Kactus , ¡que no os había dicho su nombre hasta ahora!). Felicitas a A.L. de mi parte, que ahí anda entretenido en la tierra chupando alimentos y minerales en la maceta para vosotros… Tan humilde y detrás de bambalinas como siempre.
• ¿sabes qué? – me dijo en tono nervioso aquel “¿sabes qué?” que es la muletilla oficial de nuestra familia -, vienen más bebés, están a punto de salir E, J, T, L, I, S, A…
• Claro, claro, no te preocupes ahora y descansa – le tranquilicé –. Sabes que aquí todo el mundo es bienvenido, ¡tú nos lo enseñaste!. Hasta mañana K, que duermas bien. Y felicidades de nuevo.
...Allí le dejé, continuaba con su cháchara feliz sobre el secreto de la belleza.
Hoy seguimos disfrutando de su compañía, y siguen sin hacer falta vitaminas ni abonos químicos. Esta era la pequeña historia que quería contaros, aplicaos el cuento…
Muchas gracias Ángela por esta hermosa dedicatoria. Te ha quedado genial, sentida y vivida. No te has dejado a nadie ni olvidado de ninguno. Espero que el Cactus sigo floreciendo bajo tu atenta mirada y de los que nos seguirán.
PD. Te explotaré esta vena artística más a menudo :) Besos
Eso me recuerda, madame, que yo mimo demasiado a los cactus. Tenía 3, pero se murieron porque los regaba demasiado. Siempre me resulta dificil calcular esas cosas con las plantas: o me paso o no llego.
ResponderEliminarTal vez seré así también con las personas sin darme cuenta? Buen tema para una reflexion.
Feliz comienzo de semana
Bisous
Hola Katy:
ResponderEliminarYo he tenido varios cactus. Siempre me he pasado con el agua y siempre se han terminado pudriendo. Finalmente decidí no comprar más, puesto que iba de frustración en frustración, pero después de este cuento, creo que me lo voy a repensar.
Un abrazo.
Pues sí madame tiene razón , es muy difícil encontrar el término medio. Si les riegas mucho se pudren y si te quedas corto se secan. Pero si encuentras ese punto medio serán muy agradecidos y le defraudarán.
ResponderEliminarBisous y feliz lunes
Adoro los cactus, son muy agradecidos y apenas neceitan cuidados pero si mucho mimo y mano izquierda. Se me dan bien cuidarles y tengo algunos, debe ser porque soy de su especie, a veces pincho para defenderme.:)
ResponderEliminarCualquier dia subo las fotos.
Un abrazo y gracias por pasar.
Hola Katy!! Qué hermosa historia!! He tenido cactus pero en tantas mudanzas no resistieron. Son plantas que duran mucho y tienes razón son muy agrdecidos.
ResponderEliminarFeliz semana amiga!!
Besossssssssssd
Me alegro que te haya gustado el cuento. Y los cactus también. Feliz tarde de lunes
ResponderEliminarBesos
Hola Katy:)
ResponderEliminarHay que conocer la historia y vivirla para poder saborear mejor el cuento del Kactus K, de A.L. que busca constantemente en segundo plano los nutrientes y luego de los hijos A M S.
Todo sea dicho, K ha luchado mucho para seguir erguida y sacar adelanta a sus hijos con fuerza para que no se sequen, marchiten o pudran.
Precioso cuento, enhorabuena a la redactora y al K que le ha inspirado.
Un beso
Gracias Maria. Es un bello cuento que es inspirador e invita a la reflexión. Es importantante darnos cuenta de que los cactus son fuertes, no necesitan demasiada agua, ni cuidados excesivos, solo los justos. Les encanta el difícil termino medio aunque pueden sobrevivir en condiciones extremas. Me encantan los cactus y no se me dan nada mal.
ResponderEliminarBesos
Hola Katy:
ResponderEliminarYo tengo un Pisa-Cactus; sí, sí..un cactus inclinado. Es un ejemplar de lo más guerrero, único superviviente de los distintos "centros de cactus" que intenté "crear" a semejanza del que nos acompañó durante muchos años en Málaga y que dejé a los nuevos propietarios por las mismas razones por las que dejaron a tu K.
Mi Pisa-Cactus es pequeño, de esos que se compran en unas mini-macetitas, aunque algo ha crecido; está robusto y fuertemente agarrado a la tierra a pesar de su inclinación. Pero está solo...ahí en su supermaceta de barro, con una buena capa de tierra volcánica para conservar su humedad.
Por cierto, me has recordado que tengo que regarlo...hace "sienes" de días que no lo hago.
Y volviendo a K...no me extraña nada que se sintiera tan mal antes de "parir" las Fs; a todas, los embarazos nos pasan factura y justo al final, pensamos "no puedo más", pero como K, cuando vemos a las verdaderas "flores" de nuestras vidas se nos renuevan las energías y volvemos a ser "grandes y robustas"; eso sí, creo que algunas espinitas más también nos salen.
En fin, quien lo iba a decir, somos como cactus, jeje.
Besos, Katy...me encantó este cuento de verano y conocer a K.
Muchas gracias María por tu largo y tendido comentario . Veo que has conseguido descifrar el cuento nada fácil por otra parte...
ResponderEliminarEres una joyita. Y además lo has complementado muy bien y terminado magistralmente. "En fin, quien lo iba a decir, somos como cactus, jeje".
Pues si hasta en la duraeza y en el saber sobrevivir en las más duras condiciones.
Besos