"La mejor herencia que se le puede dar a un niño para que pueda hacer su propio camino, es permitir que camine por sí mismo." Isadora Duncan

"Estoy convencido que uno de los tesoros que guardan los años es la dicha de ser abuelo"
Abel Pérez Rojas

"No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela." Albert Einstein

Forman parte de la orquesta

viernes, 29 de noviembre de 2013

Con diez cañones por banda. Capítulos I y II



PARTE PRIMERA
CUATRO PRIMEROS VERSOS

1.Con diez cañones por banda…

24 de enero, 20:35 horas. Madrid (España)
Don Matías se sentó satisfecho en el escritorio de su despacho. Bastaba de trabajo por aquel día – pensaba -, ya había atendido a doce pacientes. Estaba acostumbrado, pues solía trabajar mucho porque era el médico jefe. Un buen doctor como él nunca exageraba al decir que había estado muy ocupado. En aquel hospital en el que ejercía siempre había mucho trabajo.
Don Matías era bajo y rellenito, con ojos azules y unas cejas muy pobladas. Usaba peluca pues estaba calvo casi por completo.
Sobre su escritorio revisó la correspondencia. Le habían enviado dos paquetes, cuatro cartas y tres notas de sus colegas, con la petición de que les sustituyese a una hora determinada del día siguiente. Estaba claro que eso significaba más trabajo todavía..., pero claro, tres días después pensaba tomarse unas vacaciones. Pensaría en ello. Encontró un sobre que le llamó la atención, un sobre azul. Su buen amigo Juan Luis siempre utilizaba ese tipo de sobres. Lo que le extrañó era que el sello que tenía pegado era inglés. Abrió el sobre y comenzó a leer la carta.
Cuando acabó de leerla, comprendió que era justo lo que necesitaba. Su amigo Juan Luis le invitaba... ¡a unas vacaciones! ¡Y en yate…! Sonrió.

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25 de enero, 12:30 horas. Madrid (España)
Don Miguel se encontraba en ese mismo momento en la buhardilla de su casa, pensando y repensando. Aquel era según él, el mejor sitio para ello.
Sus pensamientos se centraban en su segundo libro. Ya había acabado el primero de trescientas dos páginas sobre armas mágicas y héroes, y había sido resultado ser un tremendo best-seller... ¡pero no tenía ni una mísera idea para el segundo!
Posó su mirada en la única ventana de la buhardilla y reflexionó.
- ¡Unas vacaciones! - dijo en voz alta -, ¡necesito unas vacaciones!
En ese momento oyó un “¡cronch!” en el piso de abajo. Pensó que había llegado el correo porque el buzón crujía como cuando se mete algo dentro.
Bajó por las escaleras con cuidado de no romper los escalones porque estaban muy viejos. Llegó hasta el buzón y lo abrió. Sólo había un sobre solitario, de color azul. El sello era de Inglaterra sin ninguna duda.
- ¡Juan Luis! – exclamó con interés -. Lo cogió, abrió y leyó la carta que contenía.
Al acabarla tuvo que reconocer que la suerte le perseguía siempre y que de vez en cuando le golpeaba como entonces... Unas vacaciones en yate...
A partir de ese momento en su cabeza sólo guardaba estos datos: Londres, río Támesis, muelle seis, embarcadero cuatro. El día 28 de enero al mediodía.

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26 de enero, 10:00 horas. Londres (Inglaterra)
El capitán Davidson se encontraba en su casa sentado en el sofá y estaba mirando con detenimiento la carta que acababa de leer y que sostenía entre sus manos. Por fin le habían contratado... por fin. Y además, la persona que le contrataba resultaba ser un conocido millonario español. Le pedía que fuera patrón de su yate privado y le adelantaba sus características. ¡Qué yate! Sólo por la fotografía ya se veía que era un buen yate, ¡sí señor!
El capitán Davidson era alto y fornido, de rostro redondo y ojos claros. Había trabajado durante siete años como comandante de la armada naval y tenía mucha experiencia en el sector marítimo. Sin embargo, dado el tamaño y condiciones del yate, necesitaría que más de un marinero le ayudase.
Cogió su teléfono móvil y se dispuso a llamar a dos compañeros de “negocio”.
Por casualidad el primer viaje que le planteaba el millonario dueño del yate acababa en Nueva York... justo donde él necesitaba ir.

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26 de enero, 10:25 horas. Madrid (España)
Don Alberto, sentado ante el escritorio de su despacho, reflexionaba. Estaba harto de su puesto de trabajo. Era dueño de una empresa y tenía muchísimo dinero en el bolsillo y en el banco, pero no conseguía encontrar la felicidad en su vida. Ni siquiera se había enamorado... Sólo cuando era pequeño había disfrutado, gracias a sus amigos, y también a sus padres.
- ¿Podré volver a ver algún día a Juan Luis, a Luis, a Enrique...? - se dijo -.
Revisó su correspondencia. Tres cartas de desconocidos que le pedían préstamos y un sobre azul...
- ¡Bien! -se dijo - ¡Es de Juan Luis y huele a tarta de manzana!
Leyó la carta y al acabar, gritó de alegría.
- ¡Eureka! ¡Por fin! Ah, voy a volver a verles a todos... en yate. Justo lo que necesitaba ¡y está fechada la salida para mañana!

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26 de Enero, 10:30 horas. Londres (Inglaterra)
El señor Marcel se sobresaltó cuando sonó su teléfono móvil desde el bolsillo de su chaqueta negra. Rápidamente lo cogió y contestó.
- ¿Quién es?
- Eh... soy yo, Marcel... - sonó una voz insegura al otro lado de la línea -.
- ¡Davidson! ¡Contigo quería hablar! - dijo el señor Marcel -.
- Bueno... Yo quería pedirte un favor.
- ¿Qué te haga un favor? Explícate. Si se trata de un envío de contratos pagados otra vez con dinero falso, olvídate.
- No, no... Esta vez es necesario... Necesito un par de marineros que me ayuden... sí... sí, un yate enorme, por cierto. El viaje acaba en Nueva York...
- Ah, bueno. De acuerdo. Sí, el día... vale... de acuerdo, je, je.
El señor Marcel concluyó la conversación y apagó el teléfono móvil. Realmente la suerte le acompañaba. No lo decía porque tuviera interés en ir a Nueva York, no. Iba a tener una oportunidad perfecta para hacer lo que se había propuesto.
Sonrió, enseñando sus dientes amarillentos.

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26 de enero, 10:35 horas. Londres (Inglaterra)
Míster Peary tardó mucho más que el señor Marcel en darse cuenta de que su móvil estaba sonando pues era medio sordo. Lo cogió y escuchó.
- ¿ERES TÚ, PEARY? - gritó el capitán Davidson al otro lado ya que conocía cuál era el problema de aquel hombre -.
- Sí, soy yo. ¿Qué quieres?
- ¡QUERÍA PEDIRTE QUE ME AYUDASES CON UN PROBLEMILLA! ¡NECESITO UN MARINERO QUE ME ACOMPAÑE PARA LLEVAR UN YATE! ¡SÍ, SÍ, EL VIAJE ACABA EN NUEVA YORK! ¡MARCEL VA A VENIR! ¿TE APUNTAS?
- De acuerdo, yo también iré. El día... sí, de acuerdo. Pero recuerda que estoy muy mal del corazón. Si ocurre algo…
- ¡TRANQUILO, QUE NO PASARÁ NADA! ¡COMO MUCHO, UNA LIGERA TORMENTILLA!
- De acuerdo.
Míster Peary apagó el teléfono. Voy a aprovechar el viaje, sí señor - dijo en voz alta -. Si el corazón me permite hacer lo que quiero, claro.

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28 de enero, 10:30 horas. Londres (Inglaterra)
Linda Thompson, la asistenta del empresario don Juan Luis C., estaba haciendo su maleta en la habitación del hotel donde se habían alojado. El señor Juan Luis se iba de viaje, y ella con él. La vida de una trabajadora del servicio doméstico tampoco era tan mala y le pagaban bien. Pero no acababa de gustarle aquel empresario. Algo se traía entre manos, estaba segura.
Linda era muy delgada. Tenía ojos grandes y verdes y una larga y oscura melena. Vestía en aquel momento un fino traje negro con algún que otro topo blanco.
Una vez acabada la maleta, la asistenta la llevó consigo hasta la puerta de su habitación y la arrastró hasta el ascensor. Le dio al botón para ir a la planta baja. Le debían de estar esperando, el señor Juan Luis y sus dos amigos...
El señor Juan Luis había dicho que aquel sería un viaje tranquilo, no como el que hizo a Las Palmas de Gran Canaria. Aquel no le gustó nada, con ese tipo que vendía relojes falsos y con el robo del equipaje...
La mujer se deslizó por el hueco de la puerta. Parecía una frágil muñeca..., una muñeca... ¿frágil?

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28 de enero, 10:35 horas. Londres (Inglaterra)
Don Luis T., de mediana estatura, fornido, pecoso, con el pelo castaño y un carácter perseverante, bajaba en ese momento por las escaleras.
En este momento aparezco yo en la historia, así que toca que me presente. Mi nombre es Enrique, afamado detective investigador de casos especialmente complicados y con ya una larga historia de éxitos a mis espaldas – si has leído mis dos libros anteriores te habrás familiarizado con algunos -. Pues bien, a mí también me había llegado uno de los sobrecitos azules enviados por mi amigo Juan Luis por lo que me encontraba a punto de embarcarme en una nueva aventura en la recepción del hotel.

Don Juan Luis era tan alto como yo y mantenía su pelo oscuro. Siempre se le reconocía por una característica, su extraño “hueco” en la barbilla.
Conversábamos acerca de su nuevo yate cuando llegó don Luis.
- ¿Y la asistenta Thompson? – dijo -. Tengo ganas de que nos vayamos…
- Sí, los demás están citados a las doce en el yate, así que podemos ir poniéndonos en marcha. Esperemos a que llegue Linda.

2. ..viento en popa, a toda vela...

Aquel era un yate impresionante. Dos pisos, cuatro bordas, ocho metros de alto por treinta y cinco de largo. Era una mezcla de yate gigante y catamarán de turismo. Estaba todo pintado de blanco, con líneas azules alrededor de las ventanas. En uno de los lados estaba escrito con letras grandes y claras:
NEMO I

- Ese nombre... ¿se lo has puesto tú, Juan Luis? – dije, soltando una risita -.

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El interior del yate era inmenso. Por dentro, en el primer piso, estaban las habitaciones. En total había ocho camarotes. La verdad es que eran un poco estrechos, pero se podría descansar bien. Cada uno de ellos tenía cerradura por dentro y una ventanilla con cerrojo que solo era posible abrir desde el interior del camarote. Estaban bien preparados contra los robos.
Cada camarote estaba amueblado con una cama, un armario, un pequeño escritorio y un cuarto de baño muy pequeñito.
El interior del segundo piso parecía más importante. Estaba distribuido en la sala de mandos, la sala de máquinas y el salón comedor. Éste último era enorme, con lámparas araña y muchas mesas, como en un restaurante. ¡Ah!, y también estaban la cocina, la despensa y los camarotes de los tripulantes.
En la puerta de la sala de mandos y en la de la sala de máquinas había unos cartelitos con el típico letrero de “Prohibido el paso”. Sólo el capitán, los marineros y el dueño del yate (Juan Luis obviamente) tenían acceso a esas dos salas.
Aquel conjunto era el yate de don Juan Luis. Cuando acabé de recorrerlo, admití para mí mismo que me habría gustado ser millonario tal y como él lo era.

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Don Juan Luis nos presentó a don Luis, a la señorita Linda y a mí, al capitán del yate. Se llamaba Owen Davidson y había sido almirante de la marina durante siete años. Era alto y corpulento, de hombros anchos y mirada escrutadora. Tenía aspecto de ser nervioso y miraba hacia todos los lados cada dos por tres. Me pareció un hombre con experiencia, capaz de enfrentar cualquier contratiempo. Quien sabe si él pensaría lo mismo de sí mismo.
Don Juan Luis nos presentó también al par de marineros que había contratado para aquel viaje junto al capitán. Uno de ellos era el señor Isaac Peary, un hombre mayor, de cejas y pelo grises, un poco encorvado pero atento, y muy amable. Estaba medio sordo y procurábamos hablarle muy poco. El otro marinero era el señor Charles Marcel, un hombre mucho más joven y también con buena disposición. Era de mediana estatura, complexión fuerte, gestos pronunciados y ojos igual de escrutadores que los del capitán Davidson.
Hubo algo que vi que me extrañó mucho. Cuando el capitán Davidson presentó al señor Marcel a la señorita Thompson, ésta se puso roja como un tomate y apartó la vista.

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Don Matías y don Miguel fueron los primeros en llegar. Hacía mucho tiempo que no veía a ninguno de los dos y noté que habían cambiado desde la última vez que nos encontramos. Todos les saludamos muy efusivamente antes de dedicar un rato a mostrarles la cubierta y el interior del yate.
Poco más tarde llegó don Alberto que estuvo a punto de llorar de alegría al reencontrarse con nosotros. Él también había cambiado mucho desde la última vez que le había visto.
A los tres les noté un poco cansados y con ojeras marcadas, quizás por el viaje de avión que habían tenido que hacer...
Míster Peary mostró a los tres recién llegados sus camarotes. Finalmente nos distribuimos de esta manera (la colocación de las personas en el yate tendría mucha importancia en el desarrollo de los sucesos posteriores):

CAMAROTES del piso inferior:
Número 1.........................................Don Matías
Número 2.........................................Señorita Linda Thompson
Número 3.........................................Don Enrique
Número 4.........................................Don Juan Luis
Número 5.........................................Don Luis
Número 6.........................................Don Miguel
Número 7.........................................Don Alberto
Número 8.........................................VACÍO

CAMAROTES del piso superior:
Número 9.........................................Míster Peary
Número 10........................................Señor Marcel
Número 11........................................Capitán Davidson

Media hora después de que pusiese esta lista por escrito en mis notas (es que soy muy meticuloso), salimos del puerto con el viento a favor. El capitán Davidson, desde la sala de mandos, enfiló el yate hacia el Mar del Norte donde desembocaba el Támesis, dando muestras de sus dotes de oficial de la marina. Mi reloj de pulsera marcaba las cuatro menos cuarto de la tarde.

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Cuando el yate estaba navegando en línea recta, alrededor de las cuatro, todos nos fuimos al gran comedor para pasar juntos un primer rato. Don Matías, don Alberto, don Luis y don Juan Luis sacaron unos cigarrillos y se pusieron a fumar. Don Miguel y yo, que odiamos el tabaco, ocupamos un par de sillones lejos de ellos, al lado de un radiador. Don Miguel abrió un paquete de chicles y me ofreció uno, el cual acepté.
La señorita Thompson dijo que se quedaría deshaciendo las maletas en su habitación.
Don Miguel comenzó a hablarme de sus libros y yo le elogié diciendo que no sería capaz de escribir ninguno.
- ¿Ah no?, después de todas las aventuras que has pasado tratando de resolver esos misterios planteados durante horripilantes crímenes... ¡Venga ya!
- ¡Bah!, yo no tengo las dotes necesarias para escribir un libro.
- Y para intentar impedir que un loco asesino homicida te clave una espada ¿sí?
- Bueno, la verdad es que tampoco tengo mucha maestría en el deporte de la esgrima.
- Te defendiste muy bien. Lo decían los periódicos... Y del resto de tus casos, ¿qué?
- El primero fue... eso es, en Rusia.
- ¡Vaya!
- Sí, el asesinato de un conde excéntrico... fíjate que tenía la manía de esconder sus objetos de valor, sobre todo sus cuadros, detrás de otros cuadros de menor valor... Eso retrasó mucho la investigación.
- ¿Y el caso del cetro?
- Ah, el robo... Sí, un cetro de un rey muy antiguo, del siglo XII o XIII, no me acuerdo exactamente. El caso es que lo recuperé doce días después de la desaparición. Fíjate que lo habían robado tres personas juntas y era dificilísimo desmontar sus coartadas, puesto que cada una demostraba que una de las otras no había podido ser... Se encubrían entre ellos, vamos. Luego está el caso del robo del diamante... Era superdifícil trabajar ¿sabes? Esa tal duquesa de Luknstein o como se llamara...
- Laknstone - me corrigió don Luis.
- Sí, esa duquesa no paraba de gritar..., imagínate: “¿Dónde está mi diamante? ¡Valía una millonada! ¡Recupérenmelo o llamaré a la policía!” Je, y entonces el tonto de Miller se acercó y le dijo: “Oiga, señora, nosotros somos la policía”. Y la duquesa le dio un golpe tremendo con el bolso...
- Por cierto - interrumpió don Luis mientras se acercaba a nosotros -. ¿Os habéis enterado de la noticia más sonada del día?
Nos enseñó un ejemplar de un periódico inglés. En primera página decía lo siguiente:

“PAY ATTENTION DAVIDSON”

- Qué título más raro... – dije -.
- Sigue leyendo en voz alta – pidió don Miguel.
“Ayer fue encontrado en el reservado del pub La Sanguijuela el cuerpo de su propietaria, la señora Marietta Oglander, de ochenta y cuatro años de edad, víctima al parecer de un ataque cardíaco debido a los nervios. El reservado se encontró todo revuelto, con muebles y enseres por el suelo. En un armario del reservado fue descubierto un papel en el que Oglander se confesaba autora de varios delitos de contrabando de drogas. En la nota también aconsejaba a un tal Davidson que tuviera mucho cuidado pues corría peligro de ser liquidado por una organización de mafiosos. Rogamos a la persona referida que se ponga en contacto con la policía para aportar datos a la investigación y permitir que se le facilite la ayuda necesaria”.
- ¿Qué deduces de esto? - me preguntó don Luis -.
- Pues, obviamente, que después del fallecimiento de la propietaria, alguien entró allí para buscar algún documento comprometedor que pudiera caer en manos de la policía – contesté -.
- Supongo que sí. No acierto a encajar que pudieran haber revuelto antes el reservado. Aunque quizás lo revolvió esa señora... – dudó don Juan Luis.
- Vaya, contrabando, y tenemos un Davidson a bordo…, - dijo don Miguel -.
En la sala de mandos del segundo piso, mientras leía la noticia en el periódico a la vez que mantenía derecho el moderno timón del barco con míster Peary junto a él, el capitán Davidson temblaba como un flan.

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A eso de las nueve y media nos indicaron que subiéramos a cenar. Tenía hambre, así que por supuesto me dirigí hacia el comedor, pero antes de entrar, capté una conversación aclaradora. Escuché dos voces que provenían del camarote del señor Marcel. Una era de él mismo y la otra era de la señorita Thompson. Comenzaron a elevar el tono.
Miré por el ojo de la cerradura y vi que el señor Marcel levantaba un brazo y hacía ademán de pegar a la asistenta.
- ¡Déjela! – grité al tiempo que entraba en el camarote -.
- ¡Ah…! – chilló la señorita Thompson, desencajada por el susto -.
- ¿Y a usted qué le pasa, imbécil? ¡No se meta en lo que no le importa! - me dijo el marinero -.
Acto seguido salió de la habitación y cerró de un portazo. La señorita Thompson rompió a llorar. Yo la miré.
- ¿Qué es lo que pasa? – le pregunté -.
Ella, con la cara cubierta de lágrimas y sin tan siquiera escucharme, salió corriendo del camarote.


Presentación y Prólogo

6 comentarios:

  1. Ah, ya tenemos el misterio servido!
    Qué alegría cuando vi aparecer al meticuloso detective Enrique, que ya es como un miembro de la familia. Esa presentación de los personajes y del interior del yate ha estado magistral. Corresponde, en efecto, a una mente ordenada y meticulosa. Estando él abordo, cualquier misterio será resuelto. De momento ya nos ha dado bastante en qué pensar esta semana.

    Feliz fin de semana.

    Bisous

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    1. Gracias madame por su valioso comentario. Es una alegría su análisis, porque se de buena tinta de su valía como escritora:-)
      Tenemos un detective muy trabajador dentro y fuera de su misión.
      Bisous y buen finde

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  2. QUE CHULADA KATICA. Qué bien han quedado publicados los dos primeros capítulos, eres toda una bloggera. Gracias por todo vuestro cariño y empuje con los nietos, somos muy afortunados. La hija tuya mayor.

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    Respuestas
    1. Es que no creo que solo sea pasión de abuelos. Enrique se muestra con cualidades para escribir. Y nos encanta poder animarle. Sería una pena que lo dejara.
      Bss

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  3. Otra historia de este geniecillo de las letras que promete y mucho, sólo hay que ver la forma y estilo, bien trabado, con que cuenta estos relatos de misterio que enganchan desde la primera palabra.
    Un besito y feliz domingo

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    Respuestas
    1. El crío promete desde luego. Para llevar sus estudios con una nota alta , actividades extraescolares y encima sacar tiempo para escribir, es señal que algo tiene el coco. Esperemos que siga con este gusto por las letras.
      Bss y mil gracias Carmen

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Bienvenido. Gracias por tus palabras , las disfruto a tope y además aprendo.

“EL TIEMPO QUE PERDISTE POR TU ROSA HACE QUE TU ROSA SEA TAN IMPORTANTE”. Saint-Exupéry

“EL TIEMPO QUE PERDISTE POR TU ROSA HACE QUE TU ROSA SEA TAN IMPORTANTE”. Saint-Exupéry
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